Bubba Watson no es el típico jugador estadounidense. Nació en una ciudad de Florida llamada Bagdad, jamás tomó una clase de golf y el único consejo que recibió cuando tomó un palo por primera vez fue que le pegara lo más lejos que puidera, y que cuando la encontrara le volviera a pegar fuerte. Un hombre profundamente religioso que llora irremediablemente cada vez que gana un torneo o cuando simplemente le avisan que clasificó para la Ryder momentos después de haber perdido el desempate de un major. Una persona querida por todos, algo que quedó de manifiesto al terminar el play off cuando varios de los jugadores habían ido hasta el green del 10 para alentar a su amigo. Llegó al tour con pocas credenciales y no eran muchos los que pensaban que tendría éxito en el circuito. Su mujer Angie fue diagnosticada con un cáncer en aquel año 2010, solo para enterarse después que el diagnóstico había sido erróneo, pero sí supieron entonces que no podrían tener hijos. Hace pocas semanas les entregaron un bebé de un mes en adopción y antes de emprender el viaje al Masters Bubba tuvo que dormir en el living de su casa porque los llantos del pequeño hacían imposible que conciliara el sueño. Con tres títulos en su haber comenzó este 2012 y en 7 presentaciones jamás había terminado peor que un empate en el puesto 18, con tres top 5 que incluyeron un segundo y doloroso lugar en Doral. Había dudas con respecto a su paciencia para domar Augusta National, pero su tremenda habilidad para hacer doblar la pelota lo sacó de varios problemas durante la semana. Esperó su momento el domingo y éste llego al final de la ronda. La definición no podía ser normal y Watson lo hizo a su manera: un golpe histórico seguido por un llanto que todos sabíamos que llegaría. Lágrimas que volverán a correr por su rostro cuando se abrace con su mujer y su nuevo hijo al llegar a su casa.
Texto: Golf los lunes
No hay comentarios:
Publicar un comentario